He tenido mis más y mis menos con un gitano por no prestarle un dinero para el economato. A partir de ese instante, me busca las vueltas hasta que encuentra el momento.
Es en la cola del teléfono, a la espera del turno cantado, al ahora me toca a mí. Yo había cogido la vez tres horas antes al grito de:
-¿Quién es el último?-, para después dar la vez al siguiente.
Llegado el momento, el gitano de largos cabellos, bigote de puntas raídas, dientes alquitranados y uñas pulgar y meñique con longitud de estoque -para lo que se tercie en limpiezas varias (oídos, dentadura, fosas nasales y otras uñas) o rasgueo de guitarra en sevillanas de patio-, se planta delante de mí y vocifera:
-¡Ahora va mi menda!
A lo que yo, de buenas maneras y refinadas palabras respondo:
-No, perdón, el turno me corresponde a mí.
El romaní me otea de soslayo mientras enfila los dos pasos que le separan del aparato:
-He decio que naiden que no sea mi menda jala de teléfono.- Y toma el aparato.
Entonces lo agarro del brazo:
-Le dije que este es mi turno. Así que suelte el a...
No alcanza a terminar la frase. El otro se ha girado con brusquedad, zafándose rudo del agarre.
-La has cagau, so mierda. Ya te veo en el tigre si tienes cojones.
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