Hace un tiempo que reside en nuestro módulo un extravagante personaje, siempre sonriente y seguido de continuo por una pléyade de rémoras. Da la impresión de ser un interno importante, o por lo menos, respetado por todos. No trato de averiguar más; en estas casas no se debe curiosear en las vidas ajenas.
Una mañana se acerca a mí. Me comenta que está hasta los cojones de su compañero de celda, un skin de músculos sobresalientes pero cerebro menguante. Qué si puede venirse a vivir conmigo. Se ha informado sobre mí y le gusta mi perfil.
Antes de contestarle que no, me dice que solo hay un inconveniente en su situación penitenciaria: que es un F.I.E.S.
Me cuenta, que estar incluido en el fichero F.I.E.S. -fichero de internos de especial seguimiento- es como estar en una cárcel dentro de la misma cárcel. Controles, más controles, grabación de las llamadas telefónicas, intervención del correo y comunicaciones; una broma en forma de pesada losa y todo, por haber sido juzgado por la Audiencia Nacional y estar implicados varios en el delito. Organización, dice el juez, me comenta.
Un fichero que se sacaron de la manga los de Instituciones Penitenciarias a principios de los 90 para realizar un control mayor a cierto tipo de internos. Fue declarado inconstitucional en el año 1996, y a pesar de ello, siguen aplicándolo en toda su extensión. Se divide en cinco categorías diferentes, según delito cometido y peligrosidad. Los mismos funcionarios ridiculizan en la mayoría de los casos su utilización, pero la política es la política y en su día captó votos.
Después de contarme todo esto, la curiosidad se apodera de mí.
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