Ese día, ambos, y en el momento de comenzar la clase, se habían administrado dos Traquimazines por cabeza que los había llevado a un vuelo intergaláctico sin escalas. Cuando la monitora dio el ok para el cafecito, el yonkie y la gitana desaparecieron escaleras abajo. Nada se supo de ellos durante los quince minutos del intermedio, por lo que la monitora comenzó a realizar una búsqueda visual primero, para después derivarla a una vociferante y auditiva. Ante tal escándalo, se presentó el jefe de servicios que en ese momento controlaba la seguridad de la Juez, a interesarse por el asunto. Él y la funcionaria se dispararon escaleras abajo guiados por el olfato de sabuesos viejos y se dirigieron a los tigres del lugar.
Una de las puertas permanecía abierta, por lo que fueron a la siguiente. Estaba cerrada. Pero ellos sabían que las puertas carecían de pestillo. El jefe de servicios tiró de ella. Se entreabrió lo justo para que éste viera carnes de diferente textura y color arremolinadas en el habitáculo. De un golpe se cerró. Forzó de nuevo, pero en esta ocasión la hoja apenas se balanceó. Dentro, el yonkie con la gitana a cuestas y el colocón trabajándole las ví+sceras y el cerebro, hacía denodados esfuerzos por mantener la puerta cerrada. Pero la fuerza del bestia del funcionario sobrepasaba con creces la del reproductor, que más bien parecía equilibrista circense. Al fin, y de un fuerte tirón, la puerta se abrió y la pareja quedó escenificada en su pose teatral. Él, con los pantalones y gayumbos por los suelos y manteniendo a la Juani en vilo con la sola ayuda de su cipote. Ella, de vientre para abajo en carne viva, amarrada al cuello de él y rodeando con las piernas su talle, ayudada, por supuesto, por el cipote del nene que mantenía profundamente aferrado.
Los funcionarios se miraron sin saber si reír o llorar, pero obligando a ambos a tomar sus trapos y colocárselos como es debido. Ambos salieron del tigre a medio vestir y ajustándose la ropa de camino al chopano. El polvillo mal echado les valió tres días de aislamiento y un parte grave.
A la Juani esto no la inhibió y continuó con sus andanzas en busca de macho o de hembra si no se terciaba lo primero. Lo que evitaba comentar con sus pretendientes, era el noviazgo que la unía a un silencioso acompañante que no la dejaba ni a sol ni a sombra y que la llevaría años más tarde a la tumba: el Bicho. Ni falta que hacía. Todos ellos también lo portaban, de antes o de después, pero quién iba a sacar las cuentas a estas alturas del paseo.