Cuando me disponía a irme de su casa, me pidió que me quedara. Me ofreció una calada de un porro y acepté. Después de la primera llegó la segunda y después…, perdí la noción. Cuando me quise dar cuenta, me había desabrochado la bragueta, la había sacado y andaba jugando con ella en su boca. Así comenzó lo que sería para mí la perdición. Porque a la Paca había tres cosas que le perdían: las maquinas tragaperras, la droga y las pollas.
Comencé a buscar droga para ella. Me daba el dinero y me indicaba el lugar donde la podría comprar, y para allá me iba. Después nos colocábamos juntos y para finalizar, echábamos un par de polvos de a buten. A medida que iba conociendo las diferentes drogas y a los proveedores, una idea me surgió en la mente. Empecé a retirar de cada papela que le llevaba una pequeña cantidad, y así, de poco en poco, fui armando mis propias papelinas que vendía después a mis compas del cole. Con ese dinero compraba más cantidad, juntándola a la que le sisaba a la Paca, para al cabo del año, manejar ya una pequeña distribución por el barrio.
Hasta que un día, Juan llegó antes de tiempo y me encontró, con el rabo tieso, montándome a su mujer por la trasera, y ella, a cuatro patas y berreando como perra en celo. A mí, de primeras, me calzó dos hostias y me proyectó contra la televisión de color de una de las esquinas del cuarto. A la Paca le bastó con una, pero qué una; cayó como un bolo. Agarré los pantalones, los gayumbos y resto de prendas y me piré como un rayo. Esa noche mi padre y, después de abrir la puerta al vecino y conversar un rato con él, me dio tal somanta de palos, que al mirarme al espejo, no reconocía mi jeta.
No volví a ver a la Paca, bueno, la veía pero no me acercaba a ella. Seguí con mis trapis y me estuvo yendo bien, hasta que una tarde, y cuando me encontraba probando una merca en la casa de uno de los proveedores, alguien golpeó la puerta. Lo que después ocurrió, se pierde en mi memoria. Solo recuerdo a la pasma, entrar en tropel, como si fuera una manada de bisontes. Nos esposaron, nos cargaron en el furgón y de allí a la comisaría; de la comisaria al juez y del juzgado, aquí, al talego.