Submitted by jorge on Wed, 05/10/2016 - 06:48
Hace unos meses vimos una película en la que un preso norteamericano se desquicia al matar un funcionario, de manera deliberada, a su mascota, un ratón vulgar y corriente.
Y es que en prisión, cualquier compañía, del tipo que sea, es un aliciente para sobrevivir, para tener un motivo de alegría dentro de la tristeza, para dar y recibir cariño, sea animal, persona o, quizás, cosa.
La noticia no ha trascendido de manera amplia, pero en la prisión de Oakham (Rutland), Reino Unido, la muerte de un hámster ha provocado un motín.
Cuatro presos fueron los organizadores de dicha revuelta, y todo, porque a uno de ellos se le murió -o lo mataron, carecemos de ese dato- su hámster de compañía, ya que en dicha prisión, a los internos que demuestran buen comportamiento se les pemite tener animales, mascotas, en sus celdas.
Sin embargo, en este caso, fue tal el destrozo y la revuelta formada, que a cada uno de los cuatro implicados los enviarán a diferentes centros penitenciarios y se cancelará la tenencia de animales en los chabolos.
Es difícil de comprender, que una persona privada de libertad dependa sentimentalmente tanto de este tipo de mascotas, pero esa es la realidad.
Y en casos de internos de especial agresividad y condenados por delitos de extrema gravedad, las terapias con perros y demás mascotas en prisión han demostrado ser las más eficaces.
Todos tenemos nuestro corazón, y todos necesitamos cariño, del tipo que sea.