Ciénaga es un pueblo grande de la península de la Guajira, zona septentrional de Colombia. Y Ciénaga, como toda localidad que se preste, también cuenta con una cárcel, poco concurrida, pero construida con sólidos barrotes.
Reinaldo, como cada dos semanas, circulaba en su moto por la carretera principal que unía la ciudad de Barranquilla a la de Santa Marta, y que a su vez ostentaba orgullosa el título de avenida principal de Ciénaga. Llevaba prisa. La mercancía que había adquirido se descargaría del barco que desde ayer se encontraba fondeado en el puerto de la ciudad samaria.
Era una de las tantas mañanas que cruzaba el pueblo de casas de adobe, iglesia de adobe y cárcel de adobe, además de lo cual, contaba con una ciénaga grandiosa. Sin embargo, algo iba a enturbiarle el día. Había dejado atrás parte de las casas principales de la localidad, cuando un anciano cojo, apoyado sobre un cayado, comenzó a cruzar la carretera, con parsimonia y sin voltear ni a izquierda ni derecha, ni falta que hacía, pensaría el viejo.
Reinaldo no pudo frenar los 120 km/hora que desarrollaba la moto en un tan reducido tramo de carretera. La moto se llevó al anciano corneado sobre su manillar, al tiempo que Reinaldo y el cayado se disparaban a cierta altura y distancia para caer rodeados de la polvareda habitual del lugar.
De inmediato, los que sin oficio ni beneficio se daban a la labor de curiosear, se acercaron presurosos; unos, hasta donde se encontraban Reinaldo y el cayado, los más a socorrer al vetusto prócer a fin de desmontarle de la cabalgadura metálica que sobre él reposaba. Reinaldo, analizando con premura y preocupación la situación al percatarse de los parabienes a los que era sometido el anciano, se acercó tambaleante a su moto. La enderezó con el fin de arrancarla, pero muchas manos se lo impidieron.
-No se nos apresure, doctor, que esta vaina hay que arreglarla. Esperaremos a que llegue la Ley.