Al cabo del rato la misma mujer apareció con un cuenco de agua y una esponja desgastada por el uso. Reinaldo, con fruición, se lavó la cara y poco más, lo justo antes de convertirse el agua en barro. Una sensación de limpieza lo invadió a pesar de que su ropa había perdido el color original para convertirse en telas polvorientas y de un tono indefinido. Sin embargo, ese cambio insignificante de su entorno y su persona, animaron el resto de esa jornada.
Al cumplirse el décimo día de su cautiverio, llegaron los informes médicos del hospital de Santa Marta. Por lo que le trasmitió el teniente, el anciano había sufrido varias fracturas en distintos miembros del cuerpo y contusiones varias que tardarían meses en sanar. No corría peligro su vida, pero su hospitalización y recuperación habría ser lenta y costosa, y alguien tendría que correr con los gastos.
Reinaldo se tomó el día para meditar, tras lo cual volvió a pedir audiencia, si audiencia, al teniente. En ella solicitó realizar una llamada a su abogado, Miguel Ladrón de Guevara, en la cual le pediría que se llegara a Ciénaga con dinero para solucionar el problema hospitalario, y por qué no, un extra a fin de contentar los bolsillos del teniente y con ello acelerar su salida de este hotel de penurias. El uniformado estuvo de acuerdo, gratamente satisfecho por la perspicacia de Reinaldo. A partir de ese instante, las condiciones del detenido mejoraron en cuanto a alimentación, higiene y comodidad.
Tres días transcurrieron desde la llamada telefónica hasta la llegada del letrado al lugar. Llegaba con los bolsillos repletos y ánimos de zanjar dificultades. Y estas se solventaron con el reparto del billete a mi teniente y al hijo del perjudicado, que se personó raudo al llamado de los dineros.
Así fue como Reinaldo, después de dos semanas de cautiverio guajiro, regresó a su civilizada Cartagena de la Indias.
El anciano viajó en un par de ocasiones y acompañado de su hijo, a Cartagena en busca del vellocino de oro, pero no tuvo donde rascar y regresó con cajas destempladas a su Ciénaga natal. Murió al cabo de un año debido a una infección derivada de las curaciones recibidas en la Casa de Salud de su pueblo.
Nunca regresó Reinaldo por esa carretera de polvos revueltos, intuyendo que todo un pueblo estaría a la espera del paso de algún forastero por su avenida principal. Cualquier obstáculo se interpondría en su camino para caer de nuevo en las fauces de una comunidad hambrienta de novedades y riqueza.
Esto me lo narró un compañero de cautiverio después de días de caminar en redondo en el patio del módulo 2 de la cárcel de Navalcarnero.
Navalcarnero en el mes de febrero de 2005