Al mes de mi llegada y ante mi insistencia con el tema del trabajo y de los estudios, me concedieron como destino la biblioteca, integrada en el módulo sociocultural. Pero, antes de ello, pasé por un pesado malentendido que tuve que desentuertar.
Durante un cacheo en nuestra celda, encontraron mi carnet de conducir y la tarjeta del Corte Inglés. Gran algarabía por parte de los funcionarios. F.I.E.S + documentación = Fuga segura. Órdenes del subdirector de seguridad: Cambios semanales de celda y cacheos integrales del interno. La primera noche, el pobre de don Francisco no sabía cómo empelotarme y auscultarme con su guante de latex: Es que..., a usted, no sé… Bueno, con revisar sus pertenencias es suficiente y si le preguntan, le hice el completo, ¿de acuerdo?
Tuve que entrevistarme con el susun corda para que comprendieran que lo de los documentos fue descuido de ellos en el control de llegada, que me encontraba cercano a solicitar mi primer permiso y que mis informes a pesar del F.I.E.S. eran excelentes; no, no consideraban mi perfil como el de un fuguista. Los convencí. No me volvieron a cachear, ni a cambiar de chabolo; y a los dos días, ocupaba el destino en cuestión, moviéndome a partir de entonces con facilidad por el centro.
Estar incluido en el fichero F.I.E.S. -fichero de internos de especial seguimiento- era como estar en una cárcel dentro de la misma cárcel. Controles, más controles, grabación de las llamadas telefónicas, intervención del correo y comunicaciones; una broma en forma de pesada losa y todo, por haber sido juzgado por la Audiencia Nacional y estar implicados tres en el delito. Organización, decían; ridículo, nosotros, tres empresarios defenestrados metidos a negocios turbios de los que no entendíamos. Uno por necesidad, otro por ambición y yo, el más tonto, por amores frustrados y desesperación suicida. Y así nos fue.