Ese mediodia llegué al módulo con los libros solicitados por algunos compañeros. Ellos no podían salir, salvo a actividades concertadas como estudios, gimnasio o cine. Yo, por el contrario, me movía como pez dentro del agua por todo el penal. Entraba, salía, iba, venía...
Oswaldo, Guarin, Ortigueira, Lopez, librosssss..., vociferé a voz en cuello por el comedor. Fueron llegando, hojeando y firmando. Solo uno faltaba. Oswaldo, ¿dónde coño estas?, volví a gritar cabreado. La vi salir del tigre; se acercó con un lento caminar acechante. Cuando llegó a mi altura, me soltó con rabia contenida, me llamo Cristina, mientras firmaba el resguardo y tomaba el libro. Pero si en la instancia aparece el nombre de Oswaldo; además, no sabía de quién se tra..., no me dejó terminar la frase. No te lo repetiré, mi nombre es Cristina, y dando media vuelta se alejó. A partir de ese momento para mi quedo en un simple “Oye”, y basta.
Días después, durante un recuento nocturno, los funcionarios se liaron a patadas con la puerta del chabolo de ésta. No respondía al llamado del recuento. Tuvieron que abrirla, entrar y zarandear al bulto inerte para percatarse del estado en que se encontraba Oye. Este hijo de puta se ha metido una buena dosis de Tranquimazine para el cuerpo. Dejémoslo por hoy, pero mañana con éste al chopano, escuché decirle uno al otro.
A la mañana siguiente, cuando caminaba por los pasillos exteriores, ví acercarse a un grupo de cuatro funcionarios con un paquete en volandas. Iban en dirección al módulo de aislamiento y el bulto llevado por las cuatro extremidades, no dejaba de retorcerse y gritar desaforado ¡Hijos de puta!, he estado en talegos mucho peores que este. Sí, en Argelia y allí a los funcionarios maricones y perras como vosotros les ponian el culo como un coladero, mariconesssss... Ellos reían acostumbrados a los improperios y “al ahora verás” de cuando llegaran a aislamiento. La mano de palos que darían a Oye iba a ser de aquí te espero.