Pero anterior a estas desavenencias, ya habían aparecido fulgurantes unos cuantos grandes capos que de igual manera se apagaron en un ocaso de sangre y detenciones. Ese fue el caso de Carlos Lehder, primero de los grandes y aficionado a los culitos imberbes, que terminó con sus huesos en los penales gringos. Compró islas caribeñas como base de aterrizaje de vuelos corsarios y al amparo de dictadores de ínsulas baratarias. Ni eso lo salvó de la perpetua. Otro de triste recuerdo y locuras de Midas fue el tal Rodriguez Gacha, apodado El Mexicano, dado su sistema de inundar la costa oeste norteamericana con el polvo de esnifar y utilizando México de trampolín olímpico. Era despiadado y de reacciones desquiciadas. Entre sus manías de gustos rococó se encontraba la de mandar fundir los grifos de agua de sus mansiones en oro macizo; pequeño detalle de buen gusto y delicado refinamiento. Murió junto a su hijo bajo la ametrallada que el ejército colombiano en emboscada rapacera le propinó.
Carlos José los había conocido, escuchado sus historias de no dormir y tenía claro que no deseaba ese final de trayecto. Además, todos ellos funcionaban como traficantes individuales, y esa individualidad tendería a desaparecer, una vez muertos o detenidos los capos; solo Don Pablo resistía el envite de los grupos organizados que en forma de cárteles dominaban el negocio.
España, por su parte, despertaba lenta al consumo y distribución de perica. Era el momento, aunque las cantidades no se mencionaban en las grandes reuniones por ridículas.
Carlos José utilzó como pretexto ante el Patrón un viaje para visitar a su hermano Raúl, y se fue a Madrid, depositando su confianza en Miguel. Hermano, me cuida el negosio y la familia. Ándese con ojo con Laurita a la que últimamente veo algo..., no sé, intranquila. Confio en usted, brother, le dijo.
Y claro que la cuidó. El negocio lo manejó con la honestidad de siempre, a la familia la tuvo entre algodones y a Laura..., le arrancó la intranquilidad en encamadas continuas. Le acompaño en sus viajes piratas, llegaron hasta Nueva York y Miami y convirtieron el negocio en placer, el placer en amor enquistado.