…Si sus contara – empezó- nos chapamos er rubio y yo con un colocón de pastis...; tú sabe lo canijo que es er tigre, pero no veas coleguí, lo bien que estabamos colocaos y él, venga a darme y yo..., ida, de a buti. Se pasó er tiempo vulando hasta que..., comenzaron a tironear la puerta -está sin er pestillo-, y er rubio..., poniéndome por atrases y agarrando la manija; menudo menda. Pues, como te desía, me estaba jodiendo y claro, no pudo con to´ y la puerta se abrío. Er jefe de servicio y la doña mirándonos como sí juesemos dos bishos raros. Ar rubio lo sacaron con el rabo tieso y a medio vestí, y a mí, otro tanto, despelotá- rió pícara.
-Joder tía, veinte minutos dan para mucho.
-Ya, ya, pero estaba tan de a buti; las pastis, ese rabo, er Rubio todo él... güeno, ¿y tú y yo cuando nos lo montamos, tronqui?
Sonreí, agarré su mejilla y dije:
-Un día de estos, Lucia, un día de estos.
Laura seguía hojeando el libro con expresión de duda. Una sonrisa afloró por fin en su rostro.
-Dígale a Ramiro que muchas grasias y que le extraño.
Me sonrió de nuevo y se fue. Su incipiente tripa denotaba meses de un nuevo estado. En el Nuevo Testamento que llevaba, oculto entre sus páginas, se encontraban tres cartones de Monopoly y que por estas casas se denominaban dinero.
Ramiro, el..., cómo decirlo, novio de Laura y ella, cargaban a sus espaldas varios años de cautividad y meses de amores ocultos, hasta que...