Durante las dos horas de patio me narran su historia. De cómo un ladrón de gallinas se convierte en uno de los presos más arreboleras de todo el circuito penitenciario. Y no es tonto el tal Aurelio, ya que neuronas no le faltan; simplemente es… un inconformista, un anarquista y no se contenta con ser ovejo en el redil.
Ahora cuenta con cuarenta y tantas primaveras de las cuales ocho las lleva cumplidas en el chopano. Me entero que dentro de unas semanas lo pasaran al módulo 3 a modo de prueba, ya que está a punto de cumplir su última condena y desean que se habitúe a estar de nuevo entre compañeros. No sé yo, si después de ocho años de soledad aislada, puedan sacar a relucir su urbanidad perdida con el correr de los años.
Ayer, sin ir más lejos, la tuvo con los dos internos del destino de aislamiento, esos que me pasaron la bandeja por la rendija de la puerta. El caso es que cuando abrieron la compuerta para pasarle la comida, y eso que ya iban advertidos, les vació la botella de lejía. De ahí los gritos, primero los de ellos, y con posterioridad y cuando penetró en su celda un contingente de cinco funcionarios con el equipo antidisturbios a darle la del pulpo, los de él.
Pero no es la primera ocasión que lo hace. Sí con estos, nuevos en el destino, destino que por otra parte nadie desea. A todos los demás se los ha ido cargando por el camino. Si no es con la lejía, les pincha a través del hueco con un palo de escoba afilado y si no, les lanza de vuelta la bandeja con la comida de propina.
Pero el Aurelio no entró así. Su primera entrada fue con dieciocho, allá por los años setenta y con los últimos estertores del Caudillo. Entonces, los maderos, las comisarías y las cárceles eran otra cosa. Allí no se andaban con tontunas. El que delinquía la cagaba. Y Aurelín, a sus 18 añitos, con una inexperiencia galopante, un analfabetismo innato y ganas de vivir, no se le ocurrió otra cosa que robar unas gallinejas en el pueblo. Los picoletos lo detuvieron, de ahí al calabozo, para después entrar a cumplir una pena de un par de añicos. Eso fue su perdición.