La cárcel lo moldeó, mejor dicho, en la cárcel lo moldearon. Nada más entrar, los kies del módulo se lo rifaron. Al dar sus primeros pasos por el patio, éstos se lo jugaron a cara o cruz. El que se llevó el gato al agua no sabía el felino que se llevaba al chabolo: una pantera. No solo no pudo sodomizarlo poniéndolo a cuatro patas mirando a la Giralda, sino que el chico consiguió partirle la nariz al kie. Eso le costó al Aurelio el que le rompieran todos los dedos de la mano y sentenciaran su porvenir en el centro.
Lo salvo un paisano de su comarca que le dio refugio junto a su corte de adláteres lameculos. No se propaso con él y le enseñó todo lo que había que conocer del mundo penitenciario y del de afuera, del de los delincuentes.
Por ello, cuando Aurelio accedió al par de años a la libertad, comenzó a poner en práctica todo el aprendizaje adquirido en ese master de alta gestión delincuencial. Volvió a entrar. Y así, entrando y saliendo sin visos de solución fue como su carácter se tornó violento. Fue infringiendo las reglas internas de la convivencia y haciendo imposible la vida de sus compañeros y la estabilidad del módulo. Eso repercutió en los funcionarios que custodiaban el lugar donde habitaba éste, que se llevaban importantes reprimendas de la dirección del centro. Los carceleros endurecieron su trato al Aurelio y éste a su vez, endureció su comportamiento con el resto del mundo.
Fue entonces cuando comenzó a visitar con asiduidad el módulo de Aislamiento. De esta manera y de forma progresiva se fue instalando en esta zona del centro. Su vida transcurría más en prisión que en la calle, y gran parte de ese tiempo en aislamiento en lugar del módulo corriente.
Poco a poco se fue labrando una fama de loco peligroso y por más que lo mudaron de cárceles y módulos, su carácter agreste no mejoró, muy al contrario, se tornó cada vez más arisco. Durante los últimos diez años y ya cumpliendo su última condena, apenas abandonaba el chopano.
Su nombre se propagó por todas las prisiones españolas. La curiosidad por conocerlo no provenía solo de los otros internos, sino también de los funcionarios de los lugares donde iba recalando. No obstante, una vez lo veían o recibían alguna de sus agresiones, no había Dios que se le acercara. Y así se ha mantenido hasta el día de hoy, hasta el momento en que yo he aterrizado en Aislamiento