Lo único positivo de este módulo es que cada uno posee un chabolo para sí mismo. Con el transcurrir de los días también me percataré de que mezclarse con presos de toda la vida, por muy peligrosos que sean, es más recomendable que relacionarse con novatos, machacas o delincuentes, como ellos denominan, aficionados. Por lo menos sabes por dónde has de andar y por donde no. Aunque también es verdad, que como des con uno de colmillo retorcido, te las ves y te las deseas para solucionar ese entuerto.
Esta primera noche en el 3, aunque en soledad y con todos los pensamientos y recuerdos atormentándome, es algo más tranquila. Puedo conciliar el sueño a intervalos, cortos, pero que relajan mi tensión de los últimos días. El hecho de que mañana se acerque el hermano de mi amigo a aportarnos alguna comodidad extra contribuye de alguna manera a mejorar mi duermevela de esta noche.
Por la mañana volvemos a lo que ya parece ser la rutina de todos los días, de todos los módulos y de todas las cárceles, según dicen.
Recuento, apertura, bajada, desayuno, ducha, patio y… llega el hermano. El funcionario pega un berrido desde la cabina expulsando el nombre y apellido de mi amigo sin tapujos. Éste se lanza como un jabalí herido hacia la salida del módulo, tanto es así, que regresa para preguntarle al de azul el camino a locutorios. Un par de mendas que andan por la entrada sueltan la risotada por el pardillo ese, dicen. Yo continúo con mi caminata. Se me vuelve a pegar Emiliano. Pero la verdad, no me incomoda. Es el primero en los últimos días que me aporta algo que no sea el mendigueo continuo.
Me cuenta que es atracador de bancos, al igual que su padre y su hermano. Su madre estafadora, al igual que sus dos hermanas. Lleva entrando y saliendo de prisión desde que tiene uso de razón, al igual que su padre y su hermano. Tiene en su haber dos fugas consumadas, una desde un tren en marcha y donde se fractura ambos tobillos a pesar de lo cual escapa, y otra, de un hospital, rodeado de agentes de la policía, esposado de pies y manos –ya es un consumado atracador-, pero con la habilidad de haber soltado sus esposas en un descuido de los agentes con el caperuzón plástico de un bolígrafo Bic. Meses más tarde me lo demostrará durante una conducción al juzgado: tardó exactamente cuatro segundos en desabrocharse las esposas, dejándolas entreabiertas en la muñeca.