Cuando mi padre y hermanos regresaban del campo, todos nos sentábamos en el suelo, sobre alfombras, a comer lo que nuestra madre, con ayuda de alguna de mis hermanas, habían preparado. Uno de los platos habituales era servir nuestro pan llamado Bazlama, con cebolla cruda, pepino y una especie de Yogur o Kefir. En ocasiones tambié preparaban cordero, pero esto se reservaba para los días de fiesta. Alimentar una prole tan extensa no era tarea fácil, por lo que toda la familia adulta participaba de una manera u otra en la producción de los alimentos.
Esat y Mustafá, otros dos hermanos mayores que yo, sin embargo, no siguieron los pasos de mi señor padre, y ya desde jóvenes, desaparecían desde tempranas horas de la mañana y regresaban a altas horas de la tarde con artículos que habitualmente no se veían por la zona, como tabaco americano, ropa extranjera, comida enlatada y… también armas.
De eso nos percatamos mis amigos Abdullah, Alaettin y yo una tarde de travesuras. Estábamos jugando a las escondidas cuando mi madre nos llamó a cenar. Fue entonces cuando Abdullah y yo, que nos encontrábamos en la parte trasera de la casa escondidos tras una puerta desvencijada, vimos entrar al granero a mis dos hermanos cargados con unos pesados fardos, a tenor del esfuerzo que realizaban al caminar. Nuestra curiosidad nos pudo. A través de un resquicio de la puerta observamos como los descargaban y volcaban sobre el heno su contenido. Varias docenas de pistolas, rifles y alguna ametralladora se amontonaron ante nuestros ojos.
Fue en ese preciso instante cuando Alaettin nos descubrió con un gran grito de emoción. Mis hermanos se dirigieron de inmediato hasta donde nos encontrábamos y nos dieron una paliza de esas de escándalo. A mis amigos los mandaron a su casa con la amenaza de matarlos si abrían la boca, y a mí, a la amenaza le añadieron: