El menda me fulmina con sus ojos chispeantes, mira en dirección a la cabina de los funcionarios y levanta el cazo goteante. Justo en ese instante, su compañero de destino le suelta por lo bajini:
-Al loro, compi, que don Juan puede vernos desde el patio. Ya arreglaras a este más tarde.
Baja el cucharón. Yo continuo para así evitar problemas nada más llegar. Cuando voy a recoger el segundo, la porción ha vuelto a disminuir. Preveo movida. Lo único que me ánima es que el sufrimiento ha estrangulado la boca de mi estómago.
Mientras terminamos de comer veo que mi amigo busca con la mirada en rededor suyo. No dice nada pero intuyo que va detrás del Conte. Pero ese no se encuentra entre los humildes reclusos. Seguro que come en el destino. Me enteraría más tarde que había comprado un frigorífico para la zona de huellas, electrodoméstico que usaban él y los funcionarios. Hacía y deshacía con el visto bueno del director; quién sabe en qué juegos malabares andan ambos. Pero no todos los funcionarios están de acuerdo con la situación confortable de ese preso estrella. Algunos refunfuñan entre dientes cuando el Conte pasa frente a ellos o pide cualquier exceso no contemplado por las leyes internas. Pero basta una llamada o solicitud de entrevista de éste al director del centro, para lograr sin más preámbulos su capricho.
Esta tarde suenan por megafonía nuestros nombres y apellidos. Nos presentamos ante la garita de funcionarios para recibir de viva voz del de azul:
-Cojan sus cosas que se van al módulo 3.
Nos miramos sin saber si debemos sentirnos tocados por la varita de la Diosa Fortuna o si bien, nos trasladan a uno de esos módulos de los que nadie quiere oír.