Solo comienzo a discernirla cuando han transcurrido unas horas. No he podido escuchar otra cosa que el silencio y algunos gritos sueltos. Ni un murmullo, ni mendas caminando por el patio, y ya cansado de observar a través de los barrotes de una ventana que da a un diminuto patio desangelado y solitario, me giro y veo que el chabolo está vacío, pelado y sucio. Ni siquiera me ofrece la compañía de otrocompi, de un libro, de una televisión, de una mísera radio, y lo peor, a nadie a quién pedírsela. Me encuentro en la soledad más profunda y algo, una gran manaza, me agarrota la garganta.
Qué haré las veintidós horas del día encerrado en esta jaula. Ya me han avisado los funcionarios que solo bajaremos dos horas al patio y por turnos, para no coincidir. Y a esa birria de patio, que más parece tendedero de corrala que patio para estirar las piernas. La comida nos la pasan por una estrecha compuerta abatible que ocupa el centro de la puerta de la celda.
Me encuentro en estas cavilaciones, cuando oigo unas voces que al comienzo no distingo. Me tumbo sobre el hormigón para pegar el oído a la rendija inferior del portón.
-A ver, ese payo del 3, ese quea insultao a mi pare. Ssssshhhh, disme argo.
Ahora si distingo las palabras y también la voz de donde provienen. Es el José, que se ha enterado de mi llegada por esos conductos invisibles e inescrutables del que conoce la cárcel. De cómo le ha llegado la información, no me lo explico. No hay nadie en el patio, en los pasillos no se escucha ni un ruido y sin embargo, este capullo ha recibido el soplo. Bueno, lo mejor será solucionar de una vez por todas el problema, pienso.