En un momento dado el Filetes se levanta y atrae a la colombiana hasta la cama. Se sientan en el borde, aferrados a sus manos y a sus bocas, pero ninguno decide desprenderse del otro para adentrarse en derroteros más complejos. Asidos se encuentran, cuando el golpe metálico de la llave golpea la chapa de la puerta. Se enderezan como resortes mientras el sonido de la cerradura da paso a unas palabras que penetran por el portón entreabierto:
-¡Cinco minutos!
-Pero, pero, ¿cómo puede ser?, ¿ya ha pasado la hora y media del vis? –pregunta ella confundida.
El Filetes consulta el reloj aturdido, mientras con la derecha acomoda su bulto con disimulo.
-Sí, sí, mmm…, son, ya son las 6 y cuarto.
Se adecentan, peinan sus pelos frente al espejo borroso del cuarto del baño y Elisabeth María recoge los restos de la merendola de latas y bolsas. Han terminado. Toman de nuevo asiento alrededor de la mesa y vuelven a aferrarse sus manos, mientras se miran y van soltando algunas palabras con cuentagotas.
Se abre la puerta, entra el Funcionario y les ordena que le sigan. De nuevo reúnen a los chicos en un grupo y a las niñas en otro. A las familias y a las parejas ya las han llevado al exterior. A los que permanecen los dejan a la espera. Después de un buen cuarto de hora, les hacen de nuevo el control, un cacheo discreto, y ala, detrás de los de azul caminando hacia sus respectivos módulos.