Ella observa su vestimenta y sonríe, desahogando su tensión. Lleva un pantalón de poliéster brillante, de color gris y con pinzas. Una camisa negra de cuello largo y desabotonada hasta el pecho y unos zapatos de cordones, relucientes y negros. El cinturón es grueso y de hebilla dorada.
Ante la mirada risueña de ella, repasando su atuendo de arriba abajo, él se sonroja.
-¿Qué pasa, no te molo?
-Sí, sí, solo es que… nada, te miraba. Estás bacano –le dice, bajando la mirada y poniéndose en pie.
-Joder, con la gachí. Estás cojonuda –suelta el Filetes mientras observa sus piernas por debajo de la minifalda.
También mira su escote y no le desagrada lo que observa, y que decir, de lo que intuye. Ella se revuelve nerviosa ante la mirada escrutadora de él.
-Ah, se me olvidaba. Traje del Economato un par de cervecitas y unas Coca-colas. También unas papas fritas y aceitunas, -le dice girándose y sacando de su bolso el avituallamiento obligado.
Después de dejar todo en la mesa, se endereza. El Filetes permanece en la misma posición que cuando entró.
-¿Qué, mijito, se va a quedar así toda la tarde?
Algo en él se acciona, dando unos pasos hacia Elisabeth María. Ella comienza a sentir el nudo característico del estómago que le indica su inseguridad, su miedo y su deseo. Ambos se acercan. Apenas se tocan con las manos, cuando las piernas de ellas comienzan a flojear. A él le sudan las palmas. Parecen dos colegiales declarándose su amor.