De repente y en mitad del bailoteo y, cuando la casa estaba a reventar de música, danzantes y alcohol, una sombra fugaz cruzó entre las parejas en movimiento, agarró con fuerza la muñeca del bombón bailante y la arrastró hasta la puerta. Cuando Wilder José quiso reaccionar, ambos ya estaban en la salida, la sombra agarrando con su zurda a la nena maciza y con la derecha empuñando un fierro 38 Smith & Wesson. Nadie le opuso resistencia. Ambos salieron como él había llegado, como sombras.
Era el novio de la nena, un sicario recién bautizado y perteneciente al grupo de los Cachacos, cuyo líder era el mono Barboza. Por ese motivo nadie movió un dedo. Todos sabían de lo ligero de su gatillo, además, aún tenía mucho que demostrar dentro del grupo y cualquier acción de sangre aumentaría su prestigio. La maciza no había contado que su man apareciera por Bogota esos días, por lo que se soltó la melena y acudía sin pena a toda rumba que se le invitara en el barrio.
Visto lo visto y ante la tesitura de quedarse sin fiesta esa noche, los demás andaban en su mayoría emparejados, Wilder José sacó de nuevo a Elisabeth María a bailar, a ver que pasaba. Y la hizo danzar, tomar trago, perder la cabeza, y cuando ya sintió que sus débiles defensas cedían, la llevó a la habitación de los niños -la de los padres se encontraba ocupada-, para rematar la jugada.
Ambos dormían en una cama. Era un habitáculo diminuto y junto a la de los peladitos, se encontraba la de su amigo, vacía. Le hizo una señal con el dedo indicando a la joven silencio. Comenzó a besarla y a soltarle todas sus prendas, mientras magreaba sus pechos. Ella se dejaba, temerosa pero ardiente de deseos. Ahora era la única, pensaba, la elegida por el man que todas deseaban. Solo para ella y no podía desaprovechar la oportunidad; era su amor.