Sin embargo, el regreso no levanta la misma expectación que la ida a comunicaciones. Uno de los motivos es la hora, ya que la mayoría se encuentra en los patios, salvo algún que otro refugiado o alguno con permiso de estudios que echan la tarde en el chabolo, y esos, apenas muestran signos de euforia.
El otro motivo es la apariencia de los dos grupillos, nada que ver con la elegancia y el orgullo que mostraban a primeras horas de la tarde. Las chicas llegan con los pelos revueltos, el maquillaje corrido y las prendas descolocadas; algunas de ellas cabizbajas y lloriqueando. Los muchachotes, los duros reclusos, con la cabeza gacha y sin ánimos para levantarla al sonido de algún que otro silbido o saludo de bienvenida desde las ventanas. Todos anhelan la llegada de los Vis-vis, aunque conocen su resultado final, del tú te vas a la calle y yo me quedo por otra temporada. Pocos son los que soportan estoicos la despedida.
Las compañeras del módulo esperan a la colombiana, ansiosas de escuchar una historia de amor hecha realidad. Muchas de ellas viven, a través de las afortunadas que comunican en los Vis-vis, sus propias soledades. La rodean con ojos ávidos y oídos ansiosos. Elisabeth María les aporta todos los detalles de su bella historia de amor:
-Pero, entonces, ¿no terminasteis en la cama? –preguntó una de ellas, incrédula.
-Pues no, mijita. Al comienzo parecía que sí, pero el Filetes, ahí donde lo veis, todo machote y toda esa vaina, parecía un pelaito de instituto. Y yo, viendo como estaba él, se me bajaron las ganitas, pero apareció en mí la ternura y de repente, comencé a amarlo. Sí, amarlo, con una pasión como nunca antes había sentido. Con deciros chicas, que nos agarramos de las manos y conversamos, conversamos y conversamos, mirándonos a los ojos y, ay…, solo de pensarlo me emociono…