Elisabeth María y su compañera sueltan al unísono una clamorosa carcajada.
-Ja, ja, ja, no me joda, compi, ¿pero me lo está contando en serio o es una pura mamadera de gallo? -dice apenas con aliento la colombiana.
-Certamente ocurrió así, ja, ja, ja –sigue riendo estruendosa la brasileria. –Bom, te sigo falando.
Y la carioca continua con su historia inverosímil.
El estruendo no pasó inadvertido a los funcionarios de comunicaciones. De inmediato se llegaron a la celda de la parejita, abrieron y enmudecieron de asombro. En el suelo, frente a ellos, un circo erótico daba por terminada la función. El Edgar se encontraba tumbado en el suelo, completamente vestido salvo la bragueta, abierta y con un miembro encogido y asustado. Junto a él la brasileña, vestida de medio cuerpo hacia arriba al igual que el último cuarto, de pantorrilla para abajo. Su hermosa nalga ladeada dejaba entrever un enredadera de pelambre. El resto del espectáculo lo componían una mesa de plástico blanca desvencijada, unos vasos aplastados, latas reventadas y líquidos y aperitivos de todos los colores esparcidos por el suelo.
-Anden, recompongan este desastre, vístanse y esperen a que termine el tiempo –les soltaron los funcionarios sin apenas poder reprimir una tremenda carcajada que solo se alcanzó a oír en el pasillo una vez cerraron la puerta de la celda.
-Y así ocurrió, Elisabeth María, y aún no sé si chorar o raer. Qué horror de experiencia y además, non gosto de los garotos que van apressadamente, non. Y Edgar solo quiere follar y yo anseio amorzinho.
-Pues, mijita, piénsese si quiere seguir con ese vergajo, o mejor, escríbale y le dice que vaya pacito, que usted no está para descargar a nadie y que si no, se busque una zorra, que acá en el módulo hay unas cuantas.
Ambas se desternillan aún de la risa por la ocurrencia de la colombiana, cuando ésta trepa a su litera aterida del frío. Se encama.