Era más atractivo de lo que en un principio se había imaginado: de una estatura media, cuerpo robusto aunque no en exceso, piel aceitunada andina, ojos oscuros y cabellos azabaches, guardaba una hermosa sonrisa que sorprendía tras un rostro aparentemente carente de sensaciones. Una vez intercambiaron los oportunos saludos, ambos se sentaron a la mesa y compartieron unos cafés que ella había traído del economato dentro de un tetrabrik de leche.
Al cabo de un rato de charla, al cabo de un rato de comenzar a conocerse, Cesárea se percató de que su acompañante empezaba a observarla de una manera desviada, con un mirar distinto. Sus movimientos en la silla se tornaron incesantes y las manos no encontraban quietud en ninguna postura. Y al poco tiempo, apenas habían llegado con sus respectivas historias a la primera infancia, una de las manazas de su interlocutor se depositó sobre el grueso muslo de ella.
De inmediato lo rechazó, aunque algo se revolvió dentro de sí, algo hasta entonces dormido pero latente desde sus tiempos de amoríos, sin olvidar, claro está, de la experiencia torcida pero morbosísima que había experimentado junto a la colombiana.
-No vaya tan ligeiro, que somente eu conozco de unos momentos.
Con esta frase creyó tranquilizar al Edgar, no obstante, éste solo paralizó su asedio durante unos instantes. Como intuyendo que el tiempo perdido era irrecuperable, el paisano se levantó y tomó a la brasileña, aún sentada, por la espalda, aferrándose con ambas manazas a sus tremendas tetas cariocas. Ella se revolvió con más apariencia que irritación, ya que a cada movimiento de despiste que realizaba, él se aferraba con más ahínco a su voluptuoso cuerpo.
No pudo evitar, aunque ya para entonces tampoco lo deseaba, que el salvajismo del colombiano le bajara los pantalones con bragas incorporadas hasta la pantorrilla, para así, sobre la mesa plástica, vestidos y con todo por desabrochar, montarla con un furor salvaje. Y así ocurrió, que con el último ataque del encelado suramericano, la mesa no resistiera y acabara con ambos, el tetrabrik, vasos, latas y demás checheres en el helado suelo, ella a medio camino entre el purgatorio y el cielo, y él, con su tranca evacuando sus últimos alientos.