El otro kie del módulo era un elemento de corte y percal diferente. Se trataba de un narcotraficante de jaco, pero no de uno cualquiera, sino del rey del caballo de su ciudad natal: Valencia. Raimundo, así llamado el pájaro, se había criado en una zona nada desdeñable del centro de Valencia: el barrio del Carmen. Recibió una esmerada educación en un colegio de curas, aunque a partir de su adolescencia, vio su porvenir cercano al mundo de la hípica, pero no de la de los jamelgos de cuatro patas, sino la del polvillo color crema que se estaba introduciendo entre los vecinos mayores de su barrio y de los adyacentes. Eran carreras de otra índole, pero carreras a fin de cuentas, ya que los distribuidores se la pasaban moviéndose en una veloz galopada de un lugar al otro, dejando por un lado, cobrando por el otro.
A los pocos años de entrar en el negocio, ya dominaba el barrio con su equipo de secuaces y comenzaba a realizar pequeñas incursiones rapaceras en el resto de la ciudad. Eso le creo los enemigos que dicha yihad comercial suele provocar, enemigos que le tendieron una emboscada en colaboración con la madera. De esa encerrona, Raimundo cumplió cinco años de una condena de nueve, y apenitas entrado en la edad madura. El talego acabó de imprimirle el barniz que necesitaba para convertirse en el soberano del jaco de su ciudad; un master así no lo esgrime cualquiera. A su salida recuperó el territorio perdido y se hizo en el lapso de un par de años con el resto de los barrios urbanos.
Años después y cuando ya nadie le hacia sombra, un cataclismo se ciñó sobre él para sepultarle definitivamente tras las cuatro paredes de un centro penitenciario. Y no es que no estuviera advertido de lo que le pudiera acontecer, ya que el inspector Palau del grupo de estupas de Valencia andaba tras sus pasos desde años ha y había reunido pruebas suficientes a falta del testimonio de un arrepentido. Por lo que, y cuando lo detuvieron en una operación de 35 kilos de garamanduski que entregaba unos de sus secuaces a un madero infiltrado, apareció el caso del inspector Palau con su arrepentido dispuesto, y ambos sumarios se ampliaron a un formato enciclopédico.