Y así intercambian unas cuantas misivas sin aclararse al respecto de quién pidió qué y quién concedió algo. Y ninguno acierta a descifrar el misterio, cuando a ambos los vuelven a reintegrar al cabo de semanas de sequía intelectual y de carne, a los cursos de literatura y de encuentros furtivos. La vida vuelve a recorrer sus venas, en especial, las de la colombiana, más necesitada del afecto y cariño que había dejado a 9.000 kilómetros de distancia.
En el primer día de su nueva etapa literaria, el reencuentro tras la columna cómplice es explosivo. No solo por el tiempo transcurrido desde su último enfrentamiento, sino también por el cargo de conciencia que ambos llevan desde semanas atrás sobre sus hombros: él, por bocas y hablar ante sus compis de la experiencia que junto a ella tuvo, y que no se atenía a la realidad; ella, por su intransigencia que derivó en el enfrentamiento que él tuvo en el patio de aislamiento con unos compis fantasmas. Por todas estas circunstancias, en este momento apenas logran controlar sus ímpetus.
Cesárea llega aún con más dudas a su segundo vis-vis íntimo con el paisano. Si en el primero la incertidumbre la carcomía, en este segundo la experiencia anterior no solo no la ha reconfortado, sino que la ha dejado inmersa en un maremagnum de intranquilidad. Ni la reacción del Edgar durante ese primer encuentro fue la idónea, ni sus posteriores cartas y mensajes cambiaron el parecer de la brasileña.
Por eso, esta tarde llega a comunicaciones con un tembleque en el cuerpo propio de colegiala. Sin embargo, no lo deja entrever, caminando muy digna junto al resto de compañeras camino de ese desaguisado de ropas y carnes.