Sin embargo, y como es habitual aquí, las alegrías no perduran, viéndose truncadas poco después por cualquier contratiempo. Y así ocurre, que durante el paseo posterior a la cena, aparece un grupo de funcionarios y funcionarias, de los cuales apenas reconocen a unas cuantas. Las reunen a todas en una esquina del patio y las comienzan a pasar por goteo al comedor.
-Cacheo –se escucha entre el grupo de internas.
Un cierto nerviosismo se palpa en el ambiente del patio, ya sea por los comentarios de algunas de ellas o por los tics nerviosos y un sin parar de movimientos de otras. Las hacen desfilar en dirección a las escaleras, una a una. Cuando Elisabeth María camina por el comedor detrás de sus compañeras seguida por Cesárea, observa el minucioso cacheo al que están sometiendo a las que van llegando. Cuatro funcionarias enguantadas en compañía de otros cuatros funcionarios registran hasta los más mínimos detalles; ellas a las internas, con la raqueta y pasándoles las manos por el cuerpo; ellos, revisando las pertenencias.
-Aquí ha habido un sapeo; alguien se ha chivado de algo, sino de qué esta vaina –le dice la colombiana, ladeando la cabeza, a su compañera de chabolo.
-Sí, sí. Y lo peor, es que solo reconhosco a una funcionaria –responde la carioca.
Qué vaina, piensa la colombiana, Cesárea tiene razón. Ojala me toque a doña Lola, porque sino…
A medida que se van acercando, perciben el desaguisado que se está formando. Pintalabios, coloretes, condones, bolígrafos, tampones y toda una serie de aditamentos femeninos tirados por los suelos. Y a una compi del patio, retenida por un par de funcionarios en una esquina, cabizbaja y apesadumbrada.
-A la Pati le han pillado algo –comenta una de las de atrás, -nos han jodido estas cabronas. Nos han birlado las papelas.