Si cuando entró cargaba con la tensión de la duda y del día a día del economato, ahora abandona la enfermería derrengada, abatida; se encuentra perdida. Preñada yo, piensa, con el cuidado que tuve. Pero, ¿cuándo y cómo?, sí el Filetes siempre lo llevaba puesto. Aún no lo creo, mi diosito, no lo creo. Hay mamita querida, ¿qué hago?, ¿cómo se lo digo a usted? Me mata, me va a matar si le cuento que vuelve a ser abuelita. ¿Y el Filetes?, ¿qué me dirá? , ¿se pondrá feliz o me mencionará la madre?
De esta guisa se llega hasta el economato, entra y se coloca de inmediato frente a la cafetera. No abre la boca, no comenta nada con su compañera, absorta como se encuentra con sus pensamientos y el trabajo de tabernera. Cuando por fin cierran la ventanuca, su compi le cuenta todos los pormenores del acontecimiento gastronómico del día siguiente. Le muestra la caja con todos los productos clandestinos que les ha traído el demandadero. Han de encaletarla de algún modo para que en caso de que un funcionario le de por pasarse, no vaya a percibir algo extraño entre el meollo de envases. Elisabeth María asiente de continuo con un movimiento afirmativo de cabeza y los, sies correspondientes. No desea amargar el ágape del sábado a sus compañeras; se trata de un acontecimiento original dentro de la triste monotonía diaria.
Esa noche apenas duerme. Cesárea le pregunta en un par de ocasiones por el motivo de su mutismo, pero ella aleja la duda dándole por razón una jaqueca rabiosa. Con ello su compi se duerme en una paz rotunda, dejándola contando corderos, y menudos corderos, de todos los tamaños y colores: ¿y si aborto?, ¿qué pasaría si no lo contara y llegado el momento, ya se verá?, ¿y si me suicido?, no, imposible, qué harían mis pobres peladitos, y mi mami, no, tengo que arreglar esta vaina, tengo que ser berraca y salir adelante.
Y así, uno tras otro, 1.156, 1.157, 1.158, 1.159,…, todos balando, y cuando alcanza los 3.747, cree recordar que pierde la noción consciente para entrar en una etapa de pesadillas en continuo.