Cuando llega al módulo, y aunque no aprueba a las chivatas, se dirige a una funcionaria cuyo trato es más afable que el resto para ponerla en conocimiento del hecho. Ambas salen del módulo. Elisabeth María señala con el dedo el chabolo del depravado y la de azul toma nota. Acto seguido una regresa a la pecera, y la otra, directamente al economato.
La semana siguiente no es mejor para la colombiana, exceptuando el hecho de que vuelve a encontrarse con el Filetes el día del curso y que algunas de las chicas deciden organizar un aperitivo de aquí te espero para el sábado, después de la comunicación por cristal. Para ello, las dos del economato organizan una lista de productos prohibidos, que no obstante, el demandadero les traerá por debajo de cuerda. La lista comprende chorizo para freír, dos paquetes de gulas, que no angulas, queso de tetilla, algo de foie, unas latas de berberechos, salmón ahumado y una botella de vino tinto rioja, nada de otro mundo, pero inmenso en este mundo olvidado. Hacen los números y cada una de las invitadas de honor ha de aportar unos 9€ que Elisabeth María canaliza con facilidad a través de las cuentas del economato; también se encargarán de hacer desaparecer en la basura posterior al ágape los cuerpos del delito (botella, envases, latas). Para la preparación de algunos de los productos cuentan con un infiernillo y una gran lata de jamón que hace las funciones de sartén. Pero el viernes, un día antes de la gran comilona, llaman a Elisabeth María a enfermería.
Cuando la hacen pasar a consulta, se encuentra frente a la misma doctora de la vez anterior. Ésta eleva su mirada, aún más gélida que en la ocasión anterior, y se dirige a ella:
-Bueno, ya está clara tu dolencia, ah, y no te preocupes, que tiene cura.
-Dígame, doctora, dígame, ¿qué tengo? –implora con ojos lastimeros la suramericana.