-Me follaba con su pensamento en el garoto, fillo de puta.
Edgar apenas se pudo zafar del agarre de la carioca, que había perdido el norte percibiendo el engaño al que había sido sometida. En eso se abrió la puerta y una pareja de funcionarios apareció en el umbral de la celda:
-¿Pero qué cojones está pasando aquí? –preguntaron mientras auscultaban la habitación con su mirada.
El colombiano reaccionó con premura, agarrando por la cintura a la brasileña.
-Nada, señores funcionarios, ya saben, que uno después de tanto tiempo sin hembra, bueno…, pues nada, la arrechera de uno, y ella, que aún es más arrecha…
Él que preguntó miró a Cesárea y movió la cabeza.
-Y tú, ¿qué dices?, ¿éste te ha hecho daño?, ¿te ha hostiado?
Cesárea, a la cual la entrada imprevista de los funcionarios aplacó ipso facto su histeria momentánea, movió negativamente la cabeza.
-No, no senhor funcionario. Esta tudo bem –aseguró apenas perceptible.
Los de azul echaron una última ojeada y se largaron con un fuerte portazo. Ese vis finalizó la relación entre ambos, con la promesa de Cesárea de no propagar la historia del paisano por el centro. Si la voz llegara a los módulos de hombres, al suramericano lo mínimo que le podría ocurrir es volverse el hazmerreír de sus compañeros, o quizás tener algún problemilla mayor con algún kie. Si bien estas acciones no eran inusuales, en especial, entre los internos que llevaban un largo tiempo de encierro, en los módulos masculinos no se aceptaban estas tendencias, no así en los de mujeres, donde se daba por hecho que muchas mantenían relaciones provisionales con sus compis de celda.