El infiernillo, la sartén y los envases de los productos corsarios desaparecen por arte de birlibirloque de la faz del economato; las partes traseras del congelador y la cafetera se consideran zulos idóneos para tales menesteres.
Las funcionarias entran empujando suavemente la hoja de la puerta.
-Bueno chicas, ¿cómo va la celebración del aniversario? –pregunta una oteando el espacio con mirar propio de camaleón.
-¿Qué anivers… -comienza una a decir distraídamente, al tiempo que recibe un codazo de Cesárea.
-El aniversario…, muy bien, pero qué de a buti –responde otra.
Ambas funcionarias se miran con expresión maliciosa.
-Pues huele raro, como a sofrito de ajo, chorizo o algo parecido. Pero claro, eso será una ocurrencia mía, ya que solo tenéis embutidos, queso y poco más, ¿verdad, chicas?
-Verdad, verdad, señora funcionaria, solo esa vaina. En este economato solo tenemos embutidos y algún queso que nos trae el demandadero, pero nada más -responde Elisabeth María, sorbiendo el moquillo propio de la lloradera.
-Bueno, y tú, Cardozo, ¿no tienes nada que contarnos?
La colombiana reacciona mirando a sus compañeras con cara, de qué van estas.
-Pues…, no sé, no sé qué vaina les tengo que contar. Ya saben que a mi no me gusta sapear y no…
-Para, para el carro, Cardozo –interrumpe la otra jincha, -no nos referimos a eso, sino a algo tuyo personal.