La función circense comienza. Su señoría expone los hechos y posteriormente da la palabra a Elisabeth María, que a instancias de su letrado, se declara culpable de dichos hechos pero inducida engañosamente por un conocido cuyo nombre no alcanza recordar. Que ella desconocía la existencia de la sustancia prohibida en su equipaje, por lo que no se considera responsable directa del delito que se le imputa.
Después entra el fiscal a estocar con toda su artilleria pesada. Esgrime los analisis de farmacia realizados a la mercancía y su grado de pureza, insistiendo que se trata de una cantidad de notoria importancia, aunque no sobrepase el kilogramo de peso y bla, bla, bla.
Posteriormente salen a declarar los dos agentes de aduanas que detectaron la mercancía prohibida, describiendo con toda suerte de detalles del cómo recayeron las primeras sospechas sobre la acusada, su detención y el posterior reconocimiento en los Rayos X.
A la pregunta de si se encontraba presente un abogado en dicho reconocimiento, ellos dan una negativa por respuesta. A una nueva pregunta del defensor, qué si a la acusada se le comunicó el derecho de llamar a un abogado o en su defecto, a la familia, los agentes vuelven a negarlo.
Posteriormente Fernando, su abogado, aporta toda la documentación relativa a su historial penitenciario, donde consta su embarazo, la agresión sufrida y su posterior entrada en el hospital en coma profundo. Esgrime igualmente el carácter colaborador de su defendida en prisión, sus destinos y hojas meritorias. También el engaño al que fue inducida desconociendo el verdadero motivo de su viaje, habiendo actuado de buena fe y esperando con ello solventar sus problemas familiares.
El presidente de la sala intercala unas cuantas preguntas, para con posterioridad pasar a las conclusiones por parte de la fiscalía y la defensa.
Como colofón a toda esta pantomima, se le ofrece a Elisabeth María hacer uso de la última palabra, lo cual desdeña de manera altiva. Entonces, el presidente de la sala, golpea el visto para sentencia con un martillazo proverbial. Todos se levantan y van abandonando la sala por goteo; Elisabeth María, escoltada y esposada por la parejita de azul.