Submitted by jorge on Fri, 30/07/2010 - 08:28
A diez celdas de distancia y después de un momento de duda, responden.
-Está bien. Pero que regrese de inmediato de ingresos.
Y así, entre ambas y con gran esfuerzo, trasladan la vida de Elisabeth María en una gran, gran bolsa y a cuestas.
En ingresos se despiden con un fuerte abrazo y pocos vocablos. Después la huellan, le devuelven sus pertenencias requisadas y le abonan el dinero restante del peculio, en billetes de los de contar, de los de la calle. Después la hacen pasar a una celda, donde junto a un par de mendas y otra gachí, esperan el momento.
A la media hora, dos picoletos hacen su aparición en el lugar. Toman una carpeta con documentación y varios sobres gruesos de manila. Acto seguido hacen salir a la peña de delincuentes y los pastorean hasta el canguro, donde estos introducen en las entrañas del mismo y de dos en dos, las grandes, grandes bolsas de cada cual, para después subir y ser distribuidos en las diferentes celdas de a pares. A Elisabeth María la colocan con la otra compi, una adherida a la otra, en un pequeño cubículo de doble asiento.
Tras seis horas de marcha y una parada para el descanso de los picoletos, que no de los putos presos que se mantienen en sus sitios sin moverse, llegan a un centro del cual ni la colombiana ni su compi adivinan el nombre, ni la región en donde se encuentran.
¿Esta será mi nueva prisión?, ¿aquí viviré los próximos meses?, ¿cómo será la vaina?, -se pregunta Elisabeth María mientras trata de adivinar los contornos del nuevo centro a través de los agujeritos de la ventanuca.
¿Qué futuro me espera? –termina de cavilar mientras el autobús traspasa el gran portón de entrada al lugar.