Elisabeth y July se miraron con deseos caldeados.
-Ajá –respondió rápido la negra- ¿y dónde es que queda la finquita bacana esa del Rober?
David titubeo, aunque mantuvo la sonrisa embaucadora.
-Bueno…, algo lejos. En los llanos orientales. Unas cuatro horas de carro y medio día de cayuco por el río.
Ambas soltaron un grito al unísono.
-Uf, esta vaina no es un paseo, es tremendo viaje. ¡Qué chévere! –respondió a voz en grito la July.
-Un momentico, July –intercedió ya más calmada Elisabeth. -Hemos de consultar con Rei a ver si serramos el local y aprovechamos que hoy es viernes para viajar el fin de semana.
Se reunió un concilio de muchos alrededor de Reinaldo. Presionaron para partir a la de tres y mantener cerrado el chiringo durante el sábado. Se trataba de una excursión de comienzo conocido y final incierto. Y el estado de esos hombres grandes, a esas horas de la madrugada y con el combustible ingerido, no era el idóneo para decisiones trascendentes.
Reinaldo, ante la presión del resto de los asistentes, en especial, la de las niñas -de espíritu guerrero, aventuras de sol, agua y lo que llegue-, dio el grito de, "nos fuimos", y el ok al cierre inmediato del negocio hasta nueva orden.
Elisabeth y July apagaron acto seguido la música, exigieron el pago de lo consumido a los clientes que aún digerían sus brebajes, y pidieron a voz en grito el, "sí", de los que se quisieran adherir al programa. Algunos se unieron al grupo; otros abandonaron el lugar cabizbajos.