Submitted by jorge on Fri, 13/08/2010 - 08:29
Ella, casada con uno que le había hecho tres hijos y que no terminaba de despuntar en lo económico y menos en las artes amatorias, había caído en la rutina del día a día de nenes, comidas y tele.
Al comienzo fue un tête à tête entre ambos, carente de otra intención que la de recrear la vista y el oído. Pero con el tiempo, desencantada ella de su marido, él de paternidad reciente y de poco retozar, comenzaron a intensificar sus encuentros, aún inocentes pero con vistas a futuros. Ella lo introdujo en su hogar, presentándolo como cliente fiel y amigo posible. Él incorporó a su última mujer, a sus tres hijos anteriores y al último recién llegado al combo doméstico de ella. Y así, como quien no quiere la cosa, se aglutinó una tribu de once, para comidas, cenas y lo que se terciara.
Al poco, un miembro más de la familia vino a unirse a ese circo de locuras: la hermana de él, su única hermana y futura heredera de toda la fortuna de sus riquísimos papás. Apareció por alegrar su soporífera soltería y con el mandato de papá de encarrilar al niño al primer redil. Cubrió el primer cometido con creces y el otro, pasó a un segundo plano ante tal revolcón de sensaciones. Se enamoró perdidamente del marido de ella. Y atacó con ansias caníbales. Erró en el cálculo. A pesar de sus embestidas más que directas, el marido de ella no se daba por enterado o hacía como que no, que con él no iba la cosa.