LOS FLORIDA 53

Robus y su familia permanecieron dos meses en Sao Paulo, sobreviviendo en ese hotel de travelos, aunque de inmediato se percataron de haber encontrado el lugar   idóneo para pasar inadvertidos. En un hueco como ese, donde tanto entraban y salían las locas acompañadas, pasaban fácilmente desapercibidos y apenas los miraban. Y de la policía que decir; no gustaba de acercarse por dicha zona. En cada ocasión que por órdenes de fuerza mayor realizaban una redada de travestidos, se las veían y deseaban para salir indemnes de dicho percance. Estas reinonas de tan buen ver, ocultaban cuchillas de afeitar entre sus leoninas cabelleras y que blandían sin ningún temor ni vergüenza contra los clientes remolones en el pago, contra los agentes de la Ley en las cacareadas redadas o contra si mismas, chinándose las venas a fin de impedir ser trasladas a los calabozos; y en la mayoría de las ocasiones lograban sus objetivos: los maderos, y ante la perspectiva que alguna de esas truhanas se les desangrara camino de la jefatura, las proyectaban fuera del furgón policial chorreando sangre cual marrano en matadero. Ellas regresaban de mala manera al hotel, y sus compañeras, como en ciento de otras ocasiones, se encargaban de coser en una diminuta habitación de la recepción y con pespuntes de macramé, las muñecas de las lesionadas. Una vez terminado el remiendo, ¡hale!, todas de nuevo al laburo, que había que alimentarse.

Al cabo de ese tiempo partieron, con nuevos pasaportes de uno de esos países latinoamericanos de fácil acceso a las documentaciones adulteradas por unos cuantos billetes de varios ceros, con dirección a Colombia, pero con un par de escalas anteriores, por si las moscas. Llegaron a Bogota, para enlazar acto seguido el vuelo a Medellín. No avisaron a su contacto cachaco, sino que decidieron dirigir sus pasos directamente a paisalandia, la cuna de los duros, de los traquetos de toda la vida, de los verracos de la perica.