-Hay, Paz, qué ilusa que sos. Todos los hombres son igualicos; solo piensan en meter esa vaina e ir cambiando de cuca en cuca, cuando no se dan cuenta que todas somos parecidas. Un hueco es un hueco, y estos güevones, cuando conocen a una nueva, creen que han descubierto el Dorado, hasta que se dan cuenta que es la misma vaina pero pior que la anterior. Ja, ja, ja, no sea inocente, mija.
Paz no volvió a dirigir la palabra a Patricia. Se sentía avergonzada por su candidez, por pensar que su marido era diferente. Sin embargo, en relación a los negocios y otro tipo de vicisitudes siempre fue desconfiada y se encontraba a la defensiva; pero para lo relacionado con su hogar y familia el tema era diferente.
Esta vez miró con más intensidad al gallinazo de la esquina. Éste volvió a sonreírle; ella hizo lo propio. La colombiana se percató de inmediato del juego que comenzaba a urdirse entre su amiga y su compatriota. Sonrió.
-Muy bien, así me gusta, qué espabile, mija. Ya verá como en breve le entra; ese no se agüeva.
Y así ocurrió, que al rato de un pedaleo frenético, ambas vieron como el man de la esquina dejaba de lado las pesas con las que ejercitaba sus musculillos, que dicho sea de paso, eran de un peso muy inferior al utilizado por Paz y sus compas de entrenamiento en los gimnasios madrileños, y se acercaba con paso vacilante hacia ellas. A medida que el espacio se estrechaba, las miradas del trío acrecentaron su intensidad, participando Patricia del intercambio de oteo de los otros dos.