Con el tiempo, el padre salió de prisión y se retiró a una vida contemplativa, en apariencia, ya que mantenía desde su finca cercana a Medellín un control omnipotente sobre el imperio familiar. John Washington y con la ayuda del recién retornado Edgard, continuó con el negocio de los transportes del papá, mientras Simón creaba paso a paso el grupo empresarial que ya a mediados del primer decenio del siglo XXI era uno de los más representativos del país. Sin embargo, ninguno pudo sustraerse al atractivo y poderoso negocio de la perica, heredado por vía paterna, aunque dirigido ahora por ellos de manera diferente y a distintos destinos. Los dos menores enfocaron sus tentáculos piratas al mercado norteamericano, mientras Simón aposentó sus reales en Europa. Aunque todas, todas las operaciones eran consultadas al oído del viejo, que asentía o negaba desde su vetusta butaca en el porche de la casa campestre.
El Robus se sumergió de inmediato en el aprendizaje de los negocios limpios del colombiano. Después de perder a su abogado y testaferro que todo lo hacia y llevaba, deseaba urdir los entresijos de su futuro mundo empresarial, y para eso el Mono contaba con profesionales en todos los sectores del universo de las finanzas y de la administración de empresas. Se escurría de departamento en departamento, con la consabida autorización del boss, y sonsacaba a base de sonrisas, buenas maneras y algunos billetes ocultos toda la información necesaria para aplicarla con posterioridad a su entramado legal en ciernes.
Después de varios meses de una ardua labor de información, recopilación de datos y aprendizaje, se plantó un día frente a Simón: