Pero algo ocurrió en la aparente tranquilidad que rodeaba a la familia Vallejo. Tras la muerte de Pablo Escobar en el año 93, la persecución del Gobierno al resto de capos, capillos y subalternos de la droga culminó con la detención de varios de esos individuos, entre ellos, la del viejo Vallejo. A los hijos no los tocaron, ya que el menor se encontraba en la United estudiando y los dos mayores habían regresado con sus carreras universitarias bajo el brazo, y lo poco que manejaban eran algunas empresillas pequeñas y dentro de la legalidad, el gérmen de lo que posteriormente sería el grupo Grajal y fundado en base a los dineros negros del negocio paterno.
Pero el viejo, ni tonto que fuera, negoció con el Gobierno su situación: tres años de cárcel y el pago de una suma astronómica en concepto de multa por las irregularidades impositivas generadas por su negocio, además del unte bajo cuerda que repartió entre los politicuchos, fiscales y jueces. Eso sí, con la condición de preservar a su salida de prisión el resto de su patrimonio, y la intocabilidad de su familia. El acuerdo se firmó, todos se embolsaron las dádivas, el viejo entró en prisión, Simón el Mono y John Washington se repartieron las responsabilidades de los diferentes negocios y empresas de la familia y el Gobierno propagó a los cientos de vientos mediáticos nacionales e internacionales el encarcelamiento de uno de los capillos, junto a otros, del mundo de la delincuencia patria.