Cuando llegó el declive de la década de los setenta y los primeros años ochenta hicieron su aparición, el señor Vallejo, padre de Simón, el Mono, contaba ya con una flota de cuatro camiones que él ya no conducía, sino que dirigía desde una pequeña oficina que había adquirido junto al Mercado de Abastos. Sus hijos Simón, John Washington y Edgard, lo ayudaban en las tareas administrativas y hacían de recaredos en las tardes después de regresar del cole. Era su manera de involucrarlos en los negocios a fin de que conocieran el oficio.
Pero el viejo Vallejo contaba con la perspicacia y la inteligencia natural que Dios le había dado, ya que apenas conocía el arte de las letras, escritas y leídas, y el de los números, que contabilizaba con la sorprendente velocidad del movimiento de sus dedos y que a su vez vociferaba. Y esa sagacidad innata le indujo a olisquear como lebrel cazador las posibilidades del emergente negocio de la coca en detrimento de lamarimba, difícil de transportar por los volúmenes que generaba y el menor rendimiento económico que aportaba. Y con una ventaja añadida: que sus clientes de Barranquilla y Medellín, los que hasta ahora manejaban parte del negocio de lamarihuana, se habían pasado indefectiblemente al del perico dadas sus bondades.
Su negocio sano de transportes seguía funcionando como un reloj, alimentándose con sobredosis de dineros negruzcos y en rama que entraban en los retornos clandestinos. Aunque con este nuevo bisinis de la cocaína, los sistemas y destinos variaron, por lo que el señor Vallejo tuvo que adaptarse de inmediato.