Y así se lo comunicó a la colombiana durante el desayuno. Ésta, de inmediato, le quitó importancia al tema mientras deglutía una arepa que escurría la mantequilla derretida por sus bordes. Ella había traspasado la línea de esa primera ocasión a la que uno llega con el temor a lo desconocido, a la incertidumbre de lo que pueda ocurrir y del resultado posterior. Pero una vez dado ese primer paso, el sentimiento de culpa iba cediendo de manera gradual hasta perderse en el olvido; por contra, este devenir fomentaba a su vez una osadía creciente y transgresora.
Paz aún evocaba las palabras que una noche, entre recuerdos y anécdotas, le comentó Robus: “Sabes, Paz, el miedo se pierde cuando has catado lo prohibido. Una vez matas al primero, te importa un culo matar a tres o a veinte; pero el primero, ese te come la conciencia. Lo mismo con la cárcel. Una vez entras, tema conocido; las siguientes serán más de lo mismo”.
Durante ese desayuno, Patricia quitó hierro al asunto, motivo que relajo la mañana de la española. Pero al vestirse esa tarde para acudir al gimnasio, los nervios volvieron a hacer su aparición por el horizonte. Y se incrementaron cuando entró Patricia desbordante de ímpetus y arreglada con aires discotequeros. Censuró la parquedad de la vestimenta de Paz y la indujo a cambiarse y usar telas más incitadoras, de esas que todo lo insinúan a través de la fibra. Ésta, a regañadientes y por respeto hacia su anfitriona de casa y vida, accedió. Y de estas maneras llegaron al gimnasio.