-Eso, tío, de los sólidos y también de los líquidos, lo que aquí llamáis patiasi…
-Patrasear –volvió a rectificar el colombiano.
-Sí, sí, patrasear, eso, sacar la cocaína impregnada en otro producto. Bueno, creo que deberíamos comenzar con las cocinas, donde llega la pasta y la procesáis.
-Esta bien, Robus, lo que usted diga. Va a salir de acá con un master: primero, ya conoce así por encimita todo lo relacionado con las empresas sanas. Con un par de profesionales supervisados por usted, podrá crear nuevas empresas, blanquear lo ganado y diversificar. Y ahora, con lo que a ver, se va a volver tremendo berraco de esta vaina en su país. Mañana le confirmo los pasos que hemos de dar.
-Bien, bien, cuanto antes mejor, que quiero empezar a trabajar de nuevo en España con la poca gente de confianza que me queda –respondió el Robus animado.
-Ah, bacán, una vaina más. La condición que hemos puesto es que a los lugares que le vayamos a enseñar, únicamente puede ir con uno de nuestros manes de confianza, Machete, y solo a él le podrá dirigir la palabra; a nadie más. Él responderá todas sus dudas.
El español asintió sin mediar una palabra, a regañadientes.
A la siguiente tarde y tal como estipularon, Patricia y Paz acudieron al gimnasio, quizás excesivamente arregladas. Patricia lucia radiante, segura de su porte y de lo que emanaba, no así Paz, insegura y con una confusión de ideas propia de principiante. La noche anterior no había podido pegar ojo, ella, persona habituada al buen dormir. Entre sus tribulaciones y el nerviosismo mostrado por Robustiano durante toda la tarde-noche debido a no sabía qué rollo vinculado con su trabajo, del cual no conocía ni estaba interesada en descubrir, el conciliar el sueño fue tarea imposible. Estaba atemorizada de dar el paso con ese menda del gimnasio, que pudiera gustarle, que su esposo se enterara, que Patricia se fuera de la lengua; estaba hecha un lío y no tenía claro que posición tomar.