-Señor, creo que deberíamos empezar a movernos para no perder tiempo, ya que… –comentó Edgar, el menor de los hijos varones y más impetuoso por juventud y carácter, pero no pudo finalizar la frase al ver como su padre levantaba la mano en señal de silencio.

-Esperaremos –se reafirmó contundente el patriarca.

Y así, continuaron a base de changuas y tragos, mientras la noche cerrada surcaba la finca, con las vistas de un firmamento ilimitado cruzado por infinidad de estrellas, planetas y galaxias, con los sonidos animales que hacían de la oscuridad hogar y momento de cacería, y ellos, minúsculos en esa inmensidad, rumiaban sus penas y esbozaban su desquite.

A primera hora de la mañana y cuando ya el sueño y los alcoholes hacían mella en el grupo ahí reunido, recibieron una llamada de la secretaria privada de Simón.

-Doctor, buenos días. Disculpe que llame a esta hora, pero un mensajero nos ha traído un sobre grueso acá a las oficinas y nos ha dicho que era muy urgente. Va dirigido a usted. También dejo dicho que es un tema de la señora Patricia y…

-¡A qué está esperando. Envíemelo de rapidez con Jairo, el chofer, a la finca de mi padre. De inmediato, he dicho! –terminó de ordenar el Mono.

-Ya se han manifestado. Nos han enviado un sobre que viene de camino. Ya sabemos que no están muertas porque nuestros manes no las han encontrado en ningún hospital ni comisaría. Ahora nos enteraremos que es lo que quieren los hijueputas que ya huelen a muerto –se manifestó Simón, mientras se servía otro trago.

Todos se miraron, todos esperaban las malas nuevas.