Submitted by jorge on Thu, 18/11/2010 - 07:20
No dieron respuesta a sus dudas; tampoco tuvo tiempo de reacción a su acometida lobuna. Se proyectaron ebrios sobre ella, neutralizando sus movimientos y su habla. Uno bloqueó sus fauces y la parte superior del cuerpo, mientras el otro paralizaba sus piernas y todo lo que pudiera adquirir movilidad del centro para abajo.
Paz, en el cuarto contiguo, observaba en la oscuridad el tenue fulgor que entraba a través del ventano, observaba pero sin ver, con su pensamiento viajando a miles de kilómetros de distancia, a su Madrid natal, a la antigua casa de su madre. Retrocediendo en el tiempo a su infancia, a su primera infancia, al colegio del barrio, a esa escuela pública que tanto disfrutó, a la pandilla callejera a la que perteneció, a su primer amor de juventud, a…, a…, y por fin, a su primer encuentro con Robustiano. Después llegaría su noviazgo, la boda y la llegada de su pequeño, de su hijo, él único, el que ahora, junto a su padre, se estaría preguntando, ¿dónde está la mama?, aunque…, no, el niño estaría dormido, pero Robus…, Robus se encontraría en este momento tenso, como un tigre enjaulado.
Regresó a la realidad llevada por unos ruidos metálicos, por el chirrido que de la habitación continua le llegaba. Serán los resortes de la mierda de cama que usa la pobre Patricia, pensaba. De seguro que no puede dormir al igual que yo y no para de revolverse en el catre.