Al Gonorrea se le formó un nudo en la garganta. Si el malparido del Patrón viera como está la señora Patricia…, pensó para sí el Gonorrea. No obstante, se recuperó del susto y se apresuró a seguir las órdenes recibidas, comenzando a organizar la huida.

-A ver, ustedes dos, saquen a la otra hembra de la pieza y me la amarran bien con la cabuya; a ésta también. Ustedes, agarren a los heridos y llévenlos cargados. Los muertos…, esos dos que se queden haciendo guardia acá, tumbaditos. El resto, vengansen todos para acá. Vamos a salir a la machimberra de este lugar, porque sino estamos jodidos. El Patrón nos manda refuerzos, pero no llegan hasta arriba, por lo que tenemos que salir todos junticos, con los fierros enfilados y con las dos hembras por delante a lo berraco, ellas cubriendo. Cuando hayamos llegado a los carros, nos entramos de a cuatro en cada uno y nos volamos por la carrera del cerro hasta la plaza de abajito; allá estarán los nuestros, pero tenemos que llegar. Y a estas dos, me las tienen apuntadas en la jeta, por si a alguno de los de fuera se le va el gatillo. Bueno, parceros, nos fuimos a lo berraco, que pá eso somos varones – y diciendo esto, el grupo salió del lugar apiñado, con las dos rehenes en el centro y encañonadas por varios rifles y revólveres. 

El Gonorrea dirigía esa procesión de muertos aún vivos instalado entre ambas mujeres y cubriéndose todos los frentes por sus hombres armados. Avanzaban hacia los carros que él les indicaba, con paso lento, midiendo las posibilidades y atisbando de continuo al enemigo en busca de una mirada alocada o una orden de disparo.