Martes, 22 de marzo  

Después del desayuno, Bach me hace una seña para que lo siga. Misterioso, el kie. Salimos a caminar. De inmediato se nos pegan tres de sus machacas.

-¡Piraos! –les ordena, y el trío se disgrega en otro grupo.

-Mira, compi -empieza cuando ya se siente sin el control de los pipas –he pensado, y sabiendo que en la calle te manejabas bien con lo que te cuen, que a ver si te pones en contacto con tus proveedores y nos envíen mercancía. Yo tengo la forma de entrarla; ellos solo la tienen que entregar a quien yo envíe, les pagamos una parte a la entrega y el resto en el próximo pedido. Así te meto en el negocio de la distribución taleguera y te doy una parte de lo que me agencio. Además, no solo controlo este módulo, también llego a otros, pero eso ya lo verás con el tiempo. ¿Te mola?

Ahora percibo el por qué del interés del kie en protegerme, en cuidar de mí. No era simpatía, no era amabilidad, se trata de puro interés. Cuando llegué, de inmediato se informó sobre mí y mi delito; es lo habitual. En cada ocasión que un novato pisa el patio, los pipas de turno se le pegan para sonsacarle el delito. Si nada extraen del sondeo o prevén que miente, se pone en funcionamiento la maquinaria del servicio de información secreto, el CESID taleguero. Los kies contactan con los destinos que trabajan en la administración o con la junta de tratamiento del centro. De inmediato buscan la ficha del recién llegado o entre chanza y chanza, sonsacan a los funcionarios o educadores el delito cometido por el menda. Nadie escapa al control.

Le digo a Bach que no es mala idea, pero que aún estoy recién llegado y que desconozco la situación de la Oficina. Si he caído yo por seguimiento o sapeo, quizás hayan detenido también a mis proveedores. Le pido tiempo para informarme, tiempo que me servirá para mantenerme protegido por él, por el interés que por mí tiene.