Viernes, 18 de marzo

Toda la mañana paseo por el patio. Después de comer, subimos al chabolo, a la siesta forzada. Diego Caicedo, mi compi de celda, me comenta que he de pagarle algo por la televisión. No le alcanza el peculio. Pregunto qué cuánto y llegamos a un acuerdo semanal. Lo entiendo; el la compró y los dos la disfrutamos. Me quedo torrado después del telediario. A las cinco abren celdas; bajada.

Me pongo a caminar con Bach, el kie. Está aquí por dos muertes, y en el patio nadie le tose. Me ofrece un porro y no le digo que no; doy un par de caladas. Se le acerca uno para comentarle algo al oído. Se gira, saca una bolsita de su bolsillo y se lo entrega. Es su cliente, me comenta. Le ha entregado una papelina de caballo. El otro, veloz como una comadreja, se escabulle en el tigre; otros dos lo siguen.

Al rato entro en el tigre por curiosidad. En una esquina están los tres, acuclillados y cuchicheando. Calientan un pedazo de aluminio con polvo marrón. Los tres aspiran, por turnos, como desesperados. Más tarde los veo esquinados en el patio. Están idos, pasando del resto.

Me coloco en la fila de la cena. Llevo en la mano mis cubiertos plásticos rojos y el vaso azul. Todo en este puto mundo penitenciario se mueve por colas y esperas. Bach no se encuentra en la cola. Está sentado a la espera de que su machaca le traiga la bandeja. Uno de los destinos del office conoce los gustos del kie. Le sirven lo mejor y en mayor cantidad.

Cuando llega mi turno les pido una fruta extra. Me mandan a paseo. Una vez sentado y terminado el reparto, veo que sobran peras. Se las reparten los destinos del office. El machaca de Bach se acerca y le dan tres piezas más. Vuelve con ellas y las entrega. El kie me pasa dos. Joder, como funciona esto. Aprendo a marchas forzadas.

Ya en la celda y acostado, pienso en mi familia, pero después me concentro en la película que ponen. Mejor no darle a la chola. Esta noche duermo bien después de ver el megahit de Telemadrid.