Lunes, 31 de octubre

He estado todo el finde dándole vueltas a la declaración que realicé el viernes. No sé si hice lo correcto o no, pero estaba tan acojonado ahí, frente al juez, jugándome mi futuro y pensando en lo que me había aconsejado mi abogado, que largué como un loro. Confesé el delito que cometí, tratando de motivar mi actuación dando como excusa la necesidad de mantener una familia, y también debido a mi adicción a la farlopa, situación que en realidad no es real. 

A la pregunta sobre los datos de la persona o personas que me suministraban la droga, ahí si me hice el loco diciendo que no conocía a nadie físicamente, que solo tenía un número de teléfono al que llamaba cuando necesitaba material, producto que me dejaban en un coche aparcado en cualquier parking de Madrid y al que acudía por indicaciones. Ahí recogía un paquete con lo que te cuen y dejaba otro con parte del pago de la mercancía. Pero ver, no veía a nadie, que solo hablaba con un tal Novo. 

No tengo ni zorra si ha colado o no la historia, pero lo que si tenía claro, es que a los colombianos no los echaba pá lante ni de coñas; en lo que a mi persona respecta, eso es otro tema, y de perdidos al río. Si me tengo que comer un par de años más por preservar a mi familia, me los como y listo.

He quedado como desinflado, vacío, una vez realizado este trámite. A lo hecho pecho, y lo que ocurra a partir de ahora, pues será, pero el peso que me he quitado de encima… mazo.

Mi madre vino a verme y me trajo ropa de invierno. Una chaqueta gruesa, unas deportivas, un vaquero, calcetos y gayumbos; que haría yo sin la pobre vieja, porque lo que es mi mujer, nasti de plasti. La sorpresa fue ver a Manolo detrás del cristal, un compañero del colegio con el que he mantenido la relación y que se ha dedicado a la promoción inmobiliaria. Siempre ha cargado grandes pelucos y bugas que te cagas, pero por lo que me cuenta, la situación del ladrillo está jodida, y no hay donde rascar. Esta vez su peluco era más discreto.