Submitted by jorge on Wed, 20/01/2016 - 06:16
En la prisión de San Quentín, 750 reos, entre asesinos, psicópatas, violadores y demás autores de delitos muy graves, esperan la pena de muerte en galerías aisladas, celdas individuales y escoltados por funcionarios en sus desplazamientos por cualquier pasillo.
Pero no se trata de condenados a muerte al uso, ya que un Juez Federal decretó hace 10 años la suspensión de las ejecuciones por considerar que la inyección letal podría causar sufrimiento y dolor a los condenados, debido a que el fármaco utilizado hasta entonces en algunas de las prisiones norteamericanas había dejado de exportarse desde Alemania en protesta por la obstinación de los Estados Unidos en continuar con la política de la aplicación de la pena de muerte; un nuevo fármaco ensayado con posterioridad produjo este sufrimiento, por lo que algún Estado dejó de aplicar dicha pena, y entre otras prisiones, la de San Quentin.
Pero esta suspensión temporal de las ejecuciones no ha solventado el problema, ya que muchos de estos reos han muerto por vejez o suicidándose ante la falta de perspectivas.
Y en el caso que se vuelva a instaurar la inyección letal, tampoco se resuelve el problema entre la población reclusa, dado que unos vuelven a sentir la muerte en la nuca, mientras otros la desean ante lo que aseguran, “esto no es vivir, es solo existir. No es nada. Sin emociones no hay vida y después de tanto tiempo te vuelves insensible a ella".
Y están en lo cierto estos muertos en vida: sin esperanzas no hay razón de vivir, y con esperanzas de ser ejecutado, tampoco.