Submitted by jorge on Mon, 22/02/2016 - 06:51
Lo mismo nos da que nos da lo mismo.
Lo que hasta hace poco eran en Colombia los gamines, niños y jóvenes abandonados a su suerte en la calle formando grupos y que esnifaban pegamento, ahora los denominan en Honduras y otros países iberoamericanos “Resistoleros”, por el pegamento que esnifan marca Resistol.
Pero el problema que arrastran de décadas atrás las grandes urbes de América del Sur y Centro es el mismo: que una parte nada desdeñable de la población infantil y juvenil, unos venidos del entorno rural, otros abandonados por sus padres, y unos más, huidos de hogares hacinados y donde son maltratados, convive en pandillas o parejas en las calles, robando y asaltando para adquirir y colocarse con el famoso pegamento o disolventes que los eleva a un paraíso inexistente y efímero para después sumirlos en una depresión, pánico y angustia galopantes, además de los daños que provocan estas “drogas”, no reconocidas como tal por la presión de los fabricantes, en órganos de esos jóvenes cuerpos.
Algunos pasan posteriormente al consumo de drogas más fuertes, otros acaban perturbados o mueren por el camino, pero pocos son los que salen de este juego mortal para rehacer una vida normalizada en sociedad, sociedad que hasta ese momento no les ha brindado ninguna oportunidad.
Unas pocas ONG ayudan en esta labor aprovechando la experiencia de algunos jóvenes resistoleros desenganchados, pero poco más, ya que los Gobiernos de dichos países, o carecen de los medios o no les interesa el tema por no remover las entrañas sociales nacionales.