Submitted by jorge on Tue, 26/09/2017 - 06:43
Además de apaleada, perseguida.
Es sintomático de lo que ocurre en algunas esferas de nuestra sociedad: el que una mujer maltratada, no solo tenga que enfrentarse a denunciar al maltratador, sino que además de huir de su lugar de residencia y refugiarse en un centro de acogida de otra ciudad con nombre falso, no pueda comunicarse con su familia y amigas.
Y este es el caso, el de María José -nombre ficticio- de 30 años de edad, con el agravante de ser rechazada por su familia, de etnia gitana, por abandonar el hogar con su hijo de 3 años y denunciar al marido, “que si vas a dejar a tu marido no te vas a venir aquí. No queremos a una mujer abandonada. Casi mejor que te ahorques”, le dijo por última vez su padre antes de cortar el contacto con ella.
El marido, un payo con recursos, la comenzó a maltratar desde el mismo momento en que quedó embarazada y, con posterioridad, él y su familia, tan solo la dejaban salir de casa a recoger a su hijo de la guardería; nada más.
Antes de quedar embarazada trabajaba, tenía su grupo de amigas y VIVÍA, pero una vez comenzó a gestar, se tornó en otro ser, uno al que no le correspondía otra función que la de procrear y servir… al marido.
Ella es andaluza y según el Instituto Andaluz de la Mujer, IAM, “de 1.343 supervivientes de violencia machista, 684 mujeres y 659 menores y personas dependientes a su cargo, han contado durante el primer semestre de 2016 con protección, un hogar seguro y una atención integral (psicológica, jurídica, sociolaboral...) ”.
Después del Centro de Acogida, el paso que ha de dar María José es el de ir a un Piso Tutelado, ya que el IAM cuenta con 34 Centros de Acogida, 9 de los cuales son de Emergencia en los casos de violencia machista diaria, además de otros 52 pisos y 17 Pisos de Acogida, donde las mujeres ya viven en total libertad y autonomía aunque controladas desde el IAM.
Estos últimos son la salida natural a mujeres con hijos que desean comenzar una vida nueva sin la espada de Damocles de maridos maltratadores y familias anquilosadas en costumbres ancestrales.
La situación de él, por el contrario, tendrá un final algo más complicado y, de seguro, con una condena a prisión.